Caro recoge de encima de la mesa los papeles desordenados. Está sensiblemente indignada y dice algo de Hacerme esto a mí, estos no saben quién soy. Algo así. La torpeza al recogerlos le ha dado tiempo a pensar alguna frase ingeniosa que nos escupirá un segundo antes del portazo. En ese sentido, se puede decir que ha tenido suerte. Normalmente uno no tiene tiempo de reaccionar en estas situaciones, y luego, en casa, imagina mil respuestas agudas que dejarían mudos a sus malvados, malvadísimos, enemigos.
Nosotros la miramos como quien mira un número de danza tradicional china, sabiendo que es obligatorio un mínimo comentario una vez finalizado el espectáculo.
Perséfone se mantiene a unos 20 prudentes centímetros de Caro, y retrocede bruscamente cada vez que Caro arranca a caminar de punta a punta por la oficina de Inefable recogiendo sus cosas. Realmente, es muy irónico que la cara de Perséfone sea, como se dice habitualmente, un poema. Dice Pero yo sólo quería escribir, no quería provocar esto, y Caro le corta severamente con una mirada de sable. Temblaría Kawakami Gensai. Le responde Vayámonos de aquí, este sitio apesta.
W. le dice Esto que haces no tiene sentido, sin duda es consecuencia de tu eterno y platónico amor hacia mi persona. R. intenta calmar el ambiente, apoya su mano en el hombro de Caro ¡Algo inédito hasta ahora! y le dice que deje sus cosas donde están. S. tartamudea algo sobre escribir todo esto, sobre una situación fantástica para un texto, pero A. le corta diciéndole que eso, y su existencia en general, le parecen pura mierda.
S. agacha la cabeza triste y A. le dice a Caro "¿No te ibas?".
La frase ingeniosa es sustituida por una negación con la cabeza, acompañada de una media sonrisa.

Portazo.

La puerta se abre de nuevo, lentamente.

- ¡Perséfone!
- ¿Qué? Ah sí sí perdona, vámonos.

Portazo.